martes, 20 de enero de 2009

Confianza y Serenidad


Eso me dijo el indio viejo, casi sin mover un músculo, el rostro apergaminado, la mirada impasible. Sostuve esa mirada e intenté creer. Mi consulta había sido llana. Su respuesta también. Ahora esperaba yo un mayor despliegue, y el indio se tomaba su tiempo...¡Detesto el zen y los haiku! – Grité por dentro. No me gusta la simpleza por la simpleza. Sí la simpleza por la elegancia, con un objeto. Aunque entendía que el indio no "se hacía" el enigmático. El era enigmático. Por sangre, por raza.

Sus ojitos escrutadores atrás de los plegados párpados brillaban como hematites bruñidas. Después de una eternidad, afrenta a mi impaciencia porteña, hizo un leve gesto con la mano y abrió una cajita. Dos piedras comunes, tipo canto rodado aunque más irisadas, aparecieron. Las sacó. Confianza y serenidad – dijo, extendiéndomelas.

Las tomé bastante decepcionado. Iba a incorporarme cuando hizo otro gesto mínimo. Aún no – susurró. Caminó despacio hasta una heladera vieja, aquellas Siam con manija de bolita, y sacó una bolsita con algo dentro. Me la extendió. Acá hay hígado – me dijo.Lo miré extrañado.

Ponga una piedrita en cada bolsillo. Cuando las toque, recordará que Ud. está consiguiendo Confianza y Serenidad –

Pero... y el hígado? –

Las piedras rápidamente se olvidan. Y cualquiera lleva una piedra en el bolsillo. Lleve el hígado. Si desea, a la vista de todos. Confianza y Serenidad –

Y cuando se pudra? –

Más hígado – repuso el indio casi sonriendo, con los ojos como diciendo "es obvio"... Y cuando me acostumbre al hígado? –

El indio me miró socarrón. Puede venir a preguntarme. O invente. Una laucha viva, una lombriz – ahora sí sonrió con escasez de dientes.

Yo también reí. La lección del indio era sencilla y conmovedora. No basta saber lo que necesitamos en la vida: hay que recordarlo constantemente.

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