jueves, 26 de marzo de 2009

Moksa. Vagando y divagando: La Libertad.


Para obtener todo lo que quiero, lo único que necesito es libertad. Y esta libertad me la debo conceder a mí mismo. No necesito a nadie más. Y si invoco a Dios, él simplemente me dice “concédete tu libertad”. Pues ésta es patrimonio exclusivo de mi libre albedrío. Es un don de Dios inalienable. Un Poder. Y es el Poder del Universo. No hay cosa más grande. Concentrada en mí, en mi persona.

¿Qué es la libertad? El no-límite. La conciencia de lo absolutamente todo. Lo omniabarcante. Así soy yo, y debo concedérmelo. Libertad de ser, libertad de ver, de hacer, de ir y venir, retroceder y avanzar, libertad de tener. Me fundo con el Universo y lo entiendo. SOY el Universo. Y tengo el poder del Universo.

Concederme la libertad es saber que la poseo y obrar en consecuencia. Ese saber es laborioso, trabajado, buscado, aprendido, intuido… puede venir de repente o con morosidad, con vislumbres, con violencia. No lo se. Pero… la libertad ya está ganada, es mía. Dios no puede darme lo que ya tengo. Cabe a mí concedérmela. “Se libre, Claudio”. Así simplemente. Dejarme libre. Sentirme libre. SER libre.

Las ataduras no existen. Las limitaciones son una ilusión. Los condicionamientos son una ilusión. Todo gira a mi alrededor como planetas, satélites y soles. Soy centrípeto. Mi libertad es el orden del Universo. Lo percibo y lo ordeno con el corazón, y acerco a mí aquello que llamo. Mi deseo abarca todos los resquicios, con tensiones mayores y menores, y eso provoca la forma. Todo danza conforme mi voluntad, y así mi universo se establece y en él existo y él en mí existe. Mi Yo es ilimitado y atraviesa las distancias y toca y se entrecruza con cada objeto y con cada vacío.

Acto de permisión propio y divino. Puerta que se abre. Un pequeño movimiento de la mente… y se sale de ella para entrar en la trascendencia y la inmensidad. La puerta está siempre al alcance. Del otro lado, el Todo. Hay que abrir la puerta y saltar. Con fe, sin miedo. No abro la puerta y penetro pues las manos, los ganchos, las voces de la vida pasada me retienen, me llaman, me advierten… El miedo generado por las cosas hermosas de esta vida, el miedo a perderlas para siempre. La falta de experiencias con la absoluta libertad, que llevan a la mente a recelar de ella. Todo eso me retiene de este lado de la puerta.

Por eso debo concedérmelo ahora. Para tener la libertad, me lo debe permitir aquello que teme a la libertad: la mente. Ella es buena, pero es el fruto del pasado, del aprendizaje, de los padres, de las rutinas. Es lógico que recele. Pero paradójicamente debe ser ella quien me entregue la llave para acceder a la libertad. He allí mi vacilación y mi disyuntiva. Pues no hay confianza, y mi mente actualmente gobierna. Pero poco a poco me voy convenciendo.

Las limitaciones de mi mente a veces me obstaculizan. En el plano de la existencia terrestre, vengo desde el primer hombre!! Mis antepasados son una humanidad, una legión inconmensurable. Soy heredero de la humanidad completa. Toda esa sangre que desemboca en mí. No tengo conciencia de toda esa inmensidad!! El pensarla y sentirla, me da una sensación de amplitud, y me acerca a la libertad. Eso es: amplitud, amplitud, amplitud. Expansión. Sentirme expandido cada vez más, en tiempo y espacio. Imaginar esa expansión, lo que significa expandir la mente. Y la puerta será cada vez más fácil de abrir, pues la mente no la verá ya como una amenaza a su integridad.
(Imagen: Sarástegui)

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